Tras el descarrilamiento siguen las demoras en el Tren Sarmiento y se esperan las pericias
12 de noviembre de 2025
El siniestro que dejó 20 pasajeros heridos volvió a exponer el deterioro estructural del sistema ferroviario. El servicio sigue con demoras y cancelaciones mientras se investigan fallas técnicas en una formación que había sido reparada días antes.
El tren Sarmiento volvió a descarrilar. Y con él, otra vez, descarriló el Estado.
El accidente de la formación 3358 —ocurrido el martes en Liniers y que dejó una veintena de heridos— no fue solo una falla técnica. Fue el reflejo de una institucionalidad ferroviaria en estado de colapso crónico, donde la mecánica, la gestión y la política se mezclan en una sola ruina.
Durante la mañana del miércoles, mientras más de cuarenta operarios trabajaban para remover los vagones torcidos sobre las vías, el servicio volvió a funcionar con demoras y cancelaciones. El recorrido entre Moreno y Once, eje de la vida cotidiana del oeste del conurbano, se transformó una vez más en una metáfora de la Argentina que no logra volver a ponerse sobre rieles.

Las primeras pericias apuntan a un mecanismo recientemente modificado que se habría activado de manera imprevista, desviando los vagones traseros. Un detalle técnico que, en cualquier país con planificación y control, sería un incidente aislado. En la Argentina, en cambio, cada desperfecto mecánico se convierte en un hecho político: revela la precariedad de los controles, la falta de inversión sostenida y la cadena de responsabilidades diluidas entre concesionarios, gremios y burocracias.
Desde la tragedia de Once, en 2012, la palabra “descarrilamiento” dejó de ser un accidente para transformarse en un diagnóstico nacional. Cada suceso como el de Liniers reabre la misma pregunta: ¿qué significa modernizar un sistema público cuando los trenes siguen dependiendo del remiendo y la improvisación?
El Sarmiento es mucho más que un tren: es un espejo. Refleja la distancia entre los discursos sobre eficiencia y la realidad de un Estado fatigado, que ensaya reformas pero no ejecuta mantenimiento. Entre la promesa de la revolución libertaria y la herencia del estatismo agotado, los pasajeros —esa clase media que madruga y regresa tarde— quedan atrapados en el mismo vagón detenido, mirando por la ventana una ciudad que no avanza.
El país sigue funcionando así: a media marcha, entre el descarrilamiento y la espera.


