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Nueva interna en el Senado: Villarruel quiso quedarse con los "despachos libres" pero se le plantaron y la dejaron en orsai


03 de noviembre de 2025

La vicepresidenta ordenó desactivar los despachos “heredados”, pero los bloques se rebelaron. Entre pactos, mudanzas y egos, la Cámara alta exhibe su resistencia a los intentos de modernización.

Redacción La Plata Diario

Victoria Villarruel quiso poner orden en un territorio donde el tiempo, las lealtades y los privilegios pesan más que cualquier reglamento: el Senado de la Nación. En septiembre firmó un decreto que obligaba a los legisladores con mandato cumplido a devolver despachos, muebles, teléfonos y hasta papelería oficial antes del 10 de diciembre. Quería limpiar la “herencia de oficinas” y reasignar espacios. Pero lo que imaginó como una medida administrativa se transformó en una batalla política.

El decreto que encendió la rebelión

El decreto 488/25, firmado por Villarruel el 11 de septiembre, instruía a la Dirección General de Administración a hacer un relevamiento completo de los despachos y a exigir la restitución de los bienes del Senado. En la práctica, implicaba quitarle oficinas a senadores que aún no sabían si seguirían o no en funciones.
El texto fue leído como una señal de autoridad por parte de la vicepresidenta, pero también como un gesto político: ordenar el Senado después de años de desmanejo kirchnerista y gasto discrecional. El problema fue que nadie quiso entregar nada.

El kirchnerismo, los aliados de Provincias Unidas y buena parte del PRO rechazaron la medida y comenzaron un silencioso reacomodamiento interno. “No hay decreto que cambie veinte años de costumbres”, ironizó un senador radical con más de tres períodos en el cargo.

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La política del metro cuadrado

En el Senado, un despacho no es sólo un espacio físico: es un símbolo de poder y pertenencia. De su tamaño, ubicación y vista depende buena parte del estatus político dentro de la Cámara alta. Por eso, el intento de Villarruel de reasignar oficinas tocó nervios profundos.

Entre los primeros movimientos estuvo el enroque de Oscar Parrilli y Eduardo “Wado” de Pedro, quienes negociaron la transferencia de una de las oficinas más amplias del Palacio. Lo mismo ocurrió con el sector de Juan Carlos Romero, cuyas dependencias son disputadas por Carlos “Camau” Espínola.

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“Hay despachos que valen más que una banca”, confesó un asesor veterano. La frase resume el espíritu del Senado: las oficinas se heredan, se prestan, se negocian y, a veces, se defienden como si fueran feudos.

Villarruel, entre la austeridad y la rosca

La vicepresidenta pretendía enviar una señal de transparencia y eficiencia administrativa. En el discurso libertario, ordenar los recursos del Estado es una cuestión moral antes que técnica. Pero en la práctica, su decisión chocó con la lógica de los acuerdos políticos que sostienen la gobernabilidad.

Durante un almuerzo con referentes de distintas bancadas, Villarruel dedicó buena parte de la charla a explicar su iniciativa. Los presentes se sorprendieron: esperaban hablar de reforma laboral, presupuesto o política exterior, pero el tema central fueron los metros cuadrados del Senado.

“Mientras Milei piensa en reformar el país, su vice pelea por quién tiene la mejor oficina”, ironizó un senador peronista. Otros, más pragmáticos, admiten que la política también se juega en el territorio físico, y que Villarruel subestimó el poder simbólico de los espacios.

Los “silvestres” y la interna libertaria

Los senadores provinciales independientes, conocidos como “los silvestres”, vieron en la disputa una oportunidad para reposicionarse. José María Carambia, que en marzo se viralizó por instalar una mesa en un pasillo para exigir despacho, volvió a la carga. Su compañera Natalia Gadano hizo lo mismo, con pedidos formales y quejas públicas. Ambos se transformaron en una fuente de tensión recurrente para Villarruel, que necesita cada voto en un Senado donde la mayoría es volátil.

En la Casa Rosada reconocen que el conflicto por los despachos erosionó la autoridad política de la vicepresidenta, justo cuando debía proyectar orden y disciplina dentro del oficialismo.

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El radicalismo defiende su territorio

La UCR, experta en sobrevivir a los cambios de época, se atrincheró en sus históricos espacios del segundo piso del Palacio Legislativo. Allí mantiene su “pyme partidaria”: un entramado de oficinas, asesores y operadores políticos que resiste toda modernización.

“En la era de la inteligencia artificial, acá todavía se pasan los comunicados por papel carbónico”, bromea un legislador joven. Pero detrás del humor hay un mensaje claro: los radicales no ceden ni un centímetro de poder institucional.

Una batalla menor con consecuencias mayores

Lo que comenzó como una medida de orden administrativo terminó convirtiéndose en una metáfora del poder real en el Congreso. Villarruel intentó imponer reglas nuevas en un sistema que se rige por jerarquías informales, favores y memoria política.
El episodio dejó heridas y un dato revelador: el Senado sigue siendo un territorio autónomo, incluso frente al avance del Ejecutivo libertario.

La vicepresidenta, que buscaba mostrar gestión, se encontró con una verdad que todo político aprende tarde o temprano: en el Congreso, los muebles pesan tanto como las leyes.

Redacción La Plata Diario

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